lunes, 6 de octubre de 2025

Cuando el agua llega, las excusas ya están listas


Así como el productor conoce los ciclos agrícolas como la palma de su mano —sabe cuándo fertilizar, sembrar, cosechar, fumigar o rotar—, el funcionario también debería dominar con la misma precisión el momento ideal para ejecutar obras de infraestructura que eviten inundaciones.
"Hay que trabajar en época de sequía; después, es poco lo que se puede hacer". Esta frase, repetida hasta el cansancio por los funcionarios, resume una verdad de sentido común que trasciende incluso los fundamentos técnicos. Y sin embargo, es justamente ese sentido común el que más escasea entre la clase política y sus representantes.
Así, una y otra vez, el mismo guión se repite: sequía, olvido, lluvias, desastre. Siempre, sin excepción, nos encontramos hablando de obras inconclusas cuando el agua ya lo ha cubierto todo, y lo único que queda es mirar al cielo rogando que pase la tormenta.
La historia de las inundaciones y la de las obras estructurales para manejar el agua van de la mano… pero desfasadas. En tiempos de sequía, nadie recuerda las obras; en plena crisis hídrica, todos las reclaman. Y ahí, puntual como un reloj roto, los funcionarios desempolvan su repertorio de excusas.
¿Acaso prevenir inundaciones es un negocio que solo le interesa al productor? ¿Alguien se ha detenido a calcular cuánto pierde el Estado —nacional, provincial y municipal— en recaudación durante un año de inundaciones en la zona núcleo? Seguramente la conclusión sería clara: invertir en infraestructura es infinitamente más económico que perder fortunas sumergidas bajo el agua.
Pero los ciclos persisten, los gobiernos pasan y la situación se repite. Es un museo de novedades viejas: productores desesperados, caminos apenas visibles bajo el agua, campos improductivos por meses, localidades aisladas y autoridades que se esconden. Podríamos publicar titulares de inundaciones de hace diez años y nadie notaría la diferencia.
¿Y cómo romper este círculo vicioso de desidia y excusas? Tal vez sea hora de cambiar la estrategia. De exigir en los tiempos de sequía —cuando al funcionario no le sobran pretextos—. De demostrar, con hechos y presión organizada, el peso económico que el campo representa para municipios, provincias y la Nación.
Es evidente que no es su responsabilidad exclusiva, pero está visto que cortar esta historia circular dependerá, una vez más, de quienes la padecen: los productores. Porque delegar esa tarea en la política, limitándose a votar cada dos años, ya ha demostrado ser insuficiente. Las promesas electorales se las lleva el agua… y lo que queda atrás son crisis, productores quebrados, municipios desfinanciados y ciudades empobrecidas.
El campo necesita un Plan B. Está a la vista que las estrategias de las últimas décadas fracasaron: el agua ya dio su veredicto.
Y mientras tanto recuerden que en pocos días volveremos a votar.
 

 

Fuente: CampoInfo