El anteproyecto fue elaborado por las direcciones de "Educación Secundaria, Educación de Gestión Privada, Educación de Adultos, Educación Física y Educación Técnico Profesional, y los Supervisores de Nivel Secundario".
En la fundamentación se enuncia como explícito propósito de esta "innovadora" manera de considerar las inasistencias "sostener la permanencia de los estudiantes en el nivel secundario". El objetivo estratégico dice ser "desarrollar una responsabilidad compartida para el sostenimiento y cuidado de las trayectorias escolares, que interpele las tradicionales formas de organización".
Yendo a lo concreto, establece que "la cantidad de inasistencias institucionales se calcularán en un 20 % de los días de clases definidos por la provincia en el ámbito del Consejo Federal de Educación". Si tomamos un hipotético calendario escolar de 180 jornadas, el alumno tendrá derecho a ausentarse 36 días. Pero este margen tolerado será aún mayor, ya que "las instituciones educativas según modalidad y/o contexto en el que se encuentran situadas, podrán flexibilizar hasta en un 10% más las inasistencias. Es decir, el tope permitido se elevaría cuanto menos a 40. Téngase en cuenta que el régimen actual contempla como máximo 28 faltas.
LA SORPRESA: INASISTENCIAS CURRICULARES
Pero la sorpresa mayor de este borrador aparece más adelante, al autorizar las "inasistencias curriculares". Por si no se entiende, lo explica así: "Los estudiantes que se encuentran presentes en la institución podrán no concurrir a espacios curriculares".
Dicho de otro modo, el alumno, estando en la escuela, tendrá derecho a decidir si ingresa o no al aula cada vez que suene el timbre. Es por ello que en cada hora se deberá volver a tomar asistencia. Se exigirá "el 80 % mínimo de presencialidad en cada espacio curricular".
El cómputo de estas ausencias por materia contempla también inasistencias parciales: "½ (media) inasistencia, cuando se ingrese con retraso entre 5 minutos y 15 minutos o cuando el estudiante se deba retirar entre 15 minutos y 5 minutos del horario establecido de finalización" y "¼ (cuarta) inasistencia, cuando ingrese con un retraso de hasta 5 minutos en la hora cátedra o cuando el estudiante se deba retirar con hasta 5 minutos antes del horario establecido".
Se trata, ni más ni menos, de trasplantar al secundario un régimen parecido al de la universidad.
Hay también otras "yapas" previstas. Por ejemplo, "el Estudiante de Educación Secundaria que se encuentra cursando el último año de estudio puede hacer uso de 5 (cinco) inasistencias institucionales más, para temas justificados inherentes a la finalización de sus estudios y su proyección". Tal rimbombante eufemismo seguramente contemple los viajes de egresados.
LA REACCIÓN EN LAS ESCUELAS
Hay que decir que el borrador no sólo que no habría logrado entusiasmar a la docencia sino que, muy por el contrario, provocó desazón y hasta indignación.
Las críticas son simples y directas. Por ejemplo: propicia el facilismo; no cultiva en el estudiante el hábito de la presencia y la puntualidad, tan indispensable en el mundo del trabajo; fomenta el desorden al permitir que haya alumnos fuera del aula en todo momento y no solo en los recreos.
No pocos docentes cuestionan la "visión del alumno" que subyace en este borrador. O sea, este es un régimen de inasistencias para un joven "maduro" y no para un adolescente, que por definición aún no ha desarrollado plenamente su capacidad para asumir compromisos de manera constante y su voluntad.
También hay planteos jurídicos: ¿Quién será responsable del cuidado del alumno que decidió ausentarse del aula pero permanece en el edificio? ¿Contemplará esta situación el seguro escolar?
Lo único que se rescata es que este régimen podría ser apropiado a los alumnos que trabajan, pero no para ser aplicado a la totalidad del estudiantado.
LA OPINIÓN DE LOS ALUMNOS
Las escuelas también le pidieron opinión a sus alumnos. Las reacciones de los chicos fueron auténticas, genuinas. Por ejemplo, muchos concluyeron que el régimen propuesto les permitirá "ingresar más tarde y dormir más". No faltaron quienes creyeron descubrir un "facilismo explícito", que los expondrá al riesgo de abandonar las materias que no sean de su interés para focalizarse solo en las que son de su agrado.
Con un realismo absoluto, los estudiantes también se preguntaron si valdrá lo mismo una falta a una clase común que aquella en la que esté prevista una prueba o la entrega de trabajos.
CON EL PRETEXTO DE INCLUIR, MÁS EXCLUSIÓN
Tal vez el debate pase por definir si es este el camino correcto hacia la inclusión o si, muy por el contrario, la brecha educativa se agravará aún más, postergando a millones de chicos, especialmente a quienes no cuentan con un contexto socio familiar que los guíe con la necesaria combinación de afecto, sabiduría y firmeza.
Hasta los adultos muchas veces necesitamos que otro nos exija para acometer un esfuerzo, por más que somos plenamente conscientes que hacerlo nos reportará un bien mayor. ¡Cuánto más necesita el adolescente de esa exigencia de otro! Dejarlo a expensas de su espontaneidad, de su aún incipiente libre albedrío, se parece más al abandono que a la inclusión.
En efecto, da la sensación que con la excusa de incluir estamos llegando al extremo de que ya no educamos. Y un chico que no es educado, que no aprende, está condenado a la exclusión por más que el certificado escolar y la estadística diga que sigue en la escuela.
Quizá la raíz de nuestro extravío esté en el predominio de una mirada ideológica, divorciada de la realidad.
O sea, el régimen de inasistencias fue hecho para incluir a un alumno que no existe, ideal, abstracto, ya maduro, autónomo.
Y la consecuencia no es otra que la exclusión del alumno real, adolescente y, por tanto, tan genialmente creativo y soñador como volátil, disperso e inconstante, necesitado de adultos que lo quieran de verdad y le pongan límites que lo ayuden a crecer.